viernes, 3 de diciembre de 2010

SOLILOQUIO DE LUNA

Empezó siendo un simple susurro, como una brisa suave que se levanta a última hora de la tarde, de esas que te producen un cosquilleo y te erizan la piel con el presagio de que algo va a sucederte. Lo que nunca podría imaginar es que el susurro se haría tan intenso y agudo, llegando a penetrar el propio pensamiento. Mi corazón, pálpitos suaves y continuados, ingenuo a un cambio de ritmo inminente, soñaba despierto, mientras mantenía una de sus eternas discusiones con esa racionalidad tan fría que siempre ha guiado mis pasos. No tengo recuerdo de una sola decisión que no haya sido antes escrupulosamente analizada, meditada y reconsiderada hasta el punto de volver a ser analizada de nuevo. La historia se repetía otra vez. Cansado de luchar contra mi yo más analítico caminaba lentamente replanteándome los pros y los contras de mi nueva situación llegando a cuestionarme si de verdad quería a esa persona de la que se suponía estaba enamorado. No había pasado nada realmente, sólo un intercambio de opiniones que me hacían pensar hasta que punto todo era consecuencia de mi propia intransigencia o de mi propia naturaleza estúpida que siempre me lleva a una sumisión absoluta. Dejé de caminar y me senté a esperar que algo ocurriese, que algo se iluminase dentro de mi  cerebro dejando al descubierto la verdad más evidente que, de puro obvio, pasa inadvertida. Noté el frío de la noche calarse poco a poco en mis huesos, quizá debería haber cogido algo que abrigase más que una simple camiseta de tirantes pero, ¿cómo iba a saber yo en el momento en que crucé el umbral de la puerta que me iba a encontrar a mí mismo caminando a plena luz de luna envuelto en la serenidad de la noche? No, no podía haberlo sabido, y ahora tenía frío. Y de nuevo volvía a la carga ese ser diminuto que habita en mi consciencia: ¿era frío o miedo? El frío no cala tanto la carne en esa época del año, no cala tanto como para llegar al corazón, no se va de repente para volver al cabo de un rato. No. El frío no funciona de esa manera. Es algo más físico, más tangible, y comenzaba a entender que el amor no era ni lo uno, ni lo otro. Creo que mi problema residía en la necesidad de encontrar alguien adecuado para mí con quien compartir mis anhelos y desesperaciones, y quizá esa idea fue la que me llevó a idealizar y elevar a la categoría de dios lo que no era más que otro simple y llano ser humano. O quizá sí que fuese lo suficientemente especial como para merecer ese título y era yo quien no era capaz de verlo a pesar de tenerle día a día delante de mis ojos. Pero no siempre había sido así, hubo un tiempo en el que una sóla sonrisa acallaba todas las dudas, pero ¿las silenciaba realmente? ¿no sería que las acumulaba en mi subconsciente propiciando una distorsión absoluta de la realidad sólo para dejarlas en libertad en un momento de extrema debilidad y poder ser así yo mismo más vulnerable? Definitivamente había estado enamorado. Eso tenía que haberme pasado, no hay otra explicación. Pero ¿y si…? Me llevé las manos a la cabeza y comencé a agitarla fuertemente, tenía que dejar de pensar, me estaba desgastando por dentro encadenar una supuesta respuesta con una nueva pregunta. Encendí un cigarro. Aspiré con fuerza. Solté esa mezcla de aire y humo sintiendo como el cuerpo se me desentumecía. Era como si parte de mi alma se hubiese escapado también en la gris bocanada. Y seguí caminando.

Estaba demasiado cansado de una vida que necesitaba ser cuestionada para adquirir sentido.

Cuando aquel chico se acercó sonriendo mi cara se tornó agresiva. "¿Tienes fuego?" "No". No entiendo por qué respondí de esa manera mientras acariciaba la piedra del mechero en mi bolsillo. "¿Me puedes dejar el tuyo?" Con rostro indiferente le extendí mi cigarro, rozó mis dedos, encendió el suyo, me lo devolvió, evité rozarle nuevamente sintiendo el calor cercano a las yemas de los dedos. "Gracias". "No es nada". Y seguía dejando escurrir el mechero del bolsillo entre mis dedos. "No suele haber mucha gente a estas horas caminando por aquí". "Yo lo hago". Su sonrisa desapareció. ¿Sería que no era la respuesta que buscaba en caso de que buscase alguna? Retomé mi camino hacia el frente. Se giró. No dijo nada pero se giró. Y no fue hasta pasado un buen rato que sentí sus pasos dirigirse hacia el punto en el que yo originé la marcha. Cada vez más lejanos. Imperceptibles. ¿Realmente necesitaba el mechero? Quizá el también estaba solo, quizá sólo quería hablar, quizá sólo quería saber que hacía un chico caminando en la noche, mirando el suelo, murmurando en silencio, a varios kilómetros de su casa. Quizá debería haberle dejado el mechero o cambiar el tono de mi respuesta. Pero ¿qué más daba? Ya se había ido, ya no estaba allí, ya había pasado todo y ponerse a crear hipótesis no  era más que un absurdo. Además, no tenía casi gas. De nuevo comencé a perderme… Si le hubiese llamado justo después… o si me hubiese llamado, seguramente no se habría acrecentado esta sensación de vacío, duda y rencor. Pero, ¿por qué tenía que llamar yo sin un motivo claro por el que disculparme? ¿Debería haber improvisado uno? No. Otra vez esa sensación de necesitar agradar a los demás por encima de cualquier cosa. “Estás solo, y sólo te quedan tus silencios”. Me detuve en mitad del puente. Las luces de los coches bajo mis pies… estaba demasiado cansado y, por primera vez en mi vida, sonreí antes de hace algo sin pensar.

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